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En ocasiones, estando en casa de mis abuelos paternos, mi hermano y yo veíamos a mi abuelo llegar del trabajo. Para nosotros, como para muchos niños el suyo, nuestro abuelo era una persona grande, inmensa, generosa, una persona que siempre permanecerá en nuestro recuerdo por muchísimos motivos.

Desde la inocencia y curiosidad de nuestros pocos años, le preguntábamos dónde trabajaba, qué hacía en su trabajo, qué había hecho ese día… y en ese momento comenzaba la magia: nos contaba historias propias o de sus compañeros, vividas en el ambiente portuario de aquellos años. Eran relatos que dejaban al descubierto su amor por la profesión, su pasión por todo el entorno portuario. Y sucedió lo que tenía que suceder: yo de mayor sería estibador portuario como él. Sería como ese hombre noble y admirable que fue mi abuelo. ¡YO QUERIA SER ESE HOMBRE!

Hoy, viendo en perspectiva aquellos años, pienso que seguramente era lo que él quería que sucediera, que prendiera la llama portuaria en mi interior. Han pasado los años y muchas cosas en ellos, pero nunca olvidaré todo lo vivido con él.

Pasaron los años y mi padre también empezó a trabajar en el puerto, fue como si esa segunda generación de portuarios me diera el aldabonazo definitivo para entrar en un punto de no retorno: definitivamente, yo también quería formar parte de esa saga familiar, quería ser lo que eran mi abuelo y mi padre.

Recuerdo perfectamente que desde mi casa se veía el puerto, era una imagen fija en mi retina, como lo eran para mis oídos las aventuras y desventuras, que también las había, que en cada encuentro familiar sacaban a relucir mi abuelo y mi padre, todo el ambiente y el barullo que se montaba me hacía sentir muy bien, orgulloso de formar parte de ellos.

Percibía aquella manera única o diferente de vivir y sentir, especial a mis ojos de chaval; cada uno de ellos dando lo mejor de sí mismo: “barco cargado, barco a la mar”. Cuando los estibadores se encontraban y se paraban a hablar, yo, espectador privilegiado, entendía sus gestos, su léxico diferente. Aquellos fueron hombres y mujeres épicos, cuyo ejemplo, para no olvidarlo y seguirlo, permitió que hoy tengamos un presente y futuro sindical y laboral que no debemos dejar que se destruya.

Nuestros mayores, parece como si no existieran, pero están ahí, mostrándonos el camino para estar un paso por delante, satisfechos con nuestro legado y con nuestro destino en el Puerto de Bilbao.

Ahora soy estibador, me siento estibador, pienso como estibador y tengo un reto: quiero llegar a ser como fueron aquellos hombres y mujeres que supieron, con su abnegación y amor a la profesión, transmitir a los suyos el germen, la esencia más pura del sentir portuario. Y en ese camino estoy. No quiero defraudar a los que estuvieron antes, ni a los que vendrán después.

Tengo dos hijos a los que adoro, como todos los padres, sin excepción, pero en mi mente subyace una ilusión: que sean lo que ellos quieran ser en la vida, pero sería motivo de legítima satisfacción que, cuando sean algo más mayores, al llegar a casa del trabajo, piensen que quieren ser lo que yo soy: Estibador Portuario. La cuarta generación. ¡Ojalá!

¡¡NI UN PASO ATRÁS, NI PARA COGER IMPULSO!!